Hoy presentando: Mis épocas de desmadre en el Instituto Tecnológico Autónomo de México.
El ITAM es una de esas etapas raras en mi vida. Pensarían que yo, siendo diseñadora de Bellas Artes, no tendría por qué tener que ver con los ingenieros del ITAM, pero por esas vueltas raras del destino, resultó que todos mis amigos de la prepa decidieron irse a estudiar ingeniería o telemática a mencionada universidad. Y yo, como en esos entonces no tenía mucho qué hacer en las tardes, solía acompañarlos o alcanzarlos por allá, hasta llegar a ir diario al gimnasio que había ahí, de colada, usando un número de alumno falso y hasta a una vez exponer en el auditorio algunas de mis ilustraciones.
Así, a fuerza de verlos diario, fue como empecé a conocer a mucha gente y a ir a todas sus fiestas, comidas, pedas, juevebes y demás. "Ya te van a contar en el inventario del ITAM", me dijo un día uno de ellos. Y es que cómo olvidar las comidas en Espigones, o las fiestas en Los Alcatraces, o los campeonatos de dominó, o los jueves de chelas donde nació el P.A.U.S., o los famosísimos mariachis que siempre terminaban en peda en casa de alguien, o los desfiles de disfraces de las representaciones, o las cantidades imposibles de alcohol que pueden ingerir los ITAMitas, o los cumpleaños de María y del Fai, o la nueva biblioteca que parece Palacio de Hierro, o los exámenes profesionales desde los cuales soy intolerante al vodka; y por supuesto, cómo ovidar a Bernardo Z., a Rodrigo 'el Vagales', a Irving, a 'Borraca', a Yope, a Stephane y con más razón cómo olvidar a Jim...
Creo que esa es una de las épocas de mi vida que recuerdo con más cariño. A veces la extraño, lo confieso. Extraño a mis amigos, el relajo, la libertad, a los guapos del ITAM también los extraño. Me extraño a mi también, a aquella que fui en esa época y que se quedó bailando a media noche mientras la moja la lluvia, con una cuba en la mano en el Partenón del ITAM.
No entiendo como es que nadie entiende, si es tan fácil.
No sé cómo es que nadie a mi alrededor sabe que siento más de lo que digo. No sé cómo es que nadie adivina que en estos 42 kg. hay más capacidad de querer que la ya tan choteada distancia que existe de aquí a la Luna (y de regreso). No sé cómo es que nadie se ha percatado que dejé media vida en el mar y que todavía la ando buscando en cada granito de arena que me encuentro en mis zapatos. No entiendo cómo no se han dado cuenta de soy diferente, mejor en muchos casos, que la falsa idea de maquillaje y zapatos de tacón. No sé cómo es que nadie ha podido leer en mis ojos que lo que ansío es poder compartir mi libertad con otra. No sé cómo es que nadie ha sabido aprovechar lo que soy capaz de dar. No entiendo cómo es que siempre he sido tan inoportuna, siempre llegando antes o después de lo que se suponía. No me explico porque sólo cuando me ven lejos, apartada, es cuando se dan cuenta de quién soy, de quienes fuimos. No sé porque nadie cree que hay magia, luces, energías, dioses que se mueven en el espacio estrecho que queda entre dos personas.
No entiendo, en serio que no lo entiendo.
No es tan difícil adivinarme... sólo se tiene que prestar tantita atención.
Dos timbrazos cada domingo a las cinco de la tarde anunciaban su llegada. 'Cómo está mi única?' decía, con una sonrisa pintada en los labios mientras yo lo abrazaba. Y es que a mi abuelo lo conocí poco, pero suficiente. Supe que me demostraba su gran cariño acordándose de traerme cada domingo el queso doble crema que me encantaba, y que yo era su favorita porque era a mi a la única a la que miraba con nostalgia. 'Por qué "'la única", abuelo?'... / 'Pues porque tú vas a ser la única que me llore cuando me muera' me decía, triste. Así era él, por lo menos de lo que yo me acuerdo: un hombre viejo y triste. Triste porque había hecho algunas cosas malas en la vida y porque le había tocado pagar las consecuencias. Pero yo a ese hombre no lo conocí, yo sólo conocí al hombre alto y fuerte que era mi abuelo, al más tierno y frágil ingeniero civil, al que nunca se equivocaba cuando le tocaba contestar algo jugando Maratón, al que se enojaba si alguien sí lo hacía. Y así lo quería mucho mucho. Y así lo vi irse cansando de estar en este mundo, así lo vi dejarse ir poco a poco, entregarse al cansancio, a la vejez, a la melancolía de sus años que no iban a regresar nunca. Y así supe también el momento exacto en el que se dio cuenta que sus recuerdos estaban más lindos y más brillantes que sus últimas realidades y decidió que su tiempo aquí ya había sido suficiente, y que quería ir a reunirse con sus amigos y familiares que se le habían adelantado porque aquí ya había empezado a sentirse solo. Fue así como un día de diciembre de hace ya muchos años se cansó y se fue despacito, como de puntitas para no hacer mucho ruido, en medio de preparativos navideños, escarchas, frío y luces de colores a la mitad de una cama de hospital.
Ha pasado mucho tiempo desde esa madrugada, abuelo, pero aún me gusta pensar que tú creías que yo era 'tu única' por alguna otra razón aparte de la que me dijiste ese día cuando todavía era una niña, y que te gustaba guardarla en secreto porque sabías que yo sabía.
Además, creo que tú fuiste testigo que yo no fui la única que te lloró ese día, y que aún sientes que te extraño, y que me gusta pensar que me andas cuidando, y que siento también que estás conmigo cada vez que me doy un madrazo o que me duele el corazón porque hace frío, y que sé que me sonríes con esa sonrisa nostálgica y cómplice que sólo tenías para mi, y que con eso a veces tengo suficiente para sentir que no estoy sola. Así que abuelo, espero que desde allá donde andes me construyas un camino para seguir, tú que eras tan bueno para eso, porque desde hace mucho, mucho ya, me ando perdiendo en cada esquina.
Te quiero abuelo. Y me haces falta.
Con cariño,
Tu única.
Si te quedaras un segundo más en la puerta, te regalaría un pedacito de historia. Seguro te inventaría una anécdota, un cuento con final feliz que quizás hasta ilustraciones, citas y pies de página tendría. Así también, te daría algunos de mis colores y te dibujaría recuerdos en la espalda, a lo mejor hasta un par de alas. Te daría tiempo que no se ha contado en relojes, playas, bailes, atardeceres, fiestas, amigos, frases, momentos que no olvidarías nunca. Te regalaría cosas en que pensar, una para cada instante, para que nunca más te aburrieras. Adornaría tu cuarto de luces y oscuridades, de líneas curvas, y diario, de besos nuevos. Te robaría sonrisas sin que te dieras cuenta, de vez en cuando una carcajada. Te inventaría a ti todo completito cada noche en una mirada, para que así descubrieras cosas que no te conoces, detalles que no sabías que existían, sueños bajo tu almohada. Y te regalaría, también, esto que ves y lo que no ves todavía, envuelto para regalo, puesto sobre tu cama.
Por eso, que bueno que no te has quedado ese segundo que nos hace falta.
Hoy, con las manos vacías pero llena de alguna otra manera, sin futuros ni pasados, sin historias anteriores y sin días predecibles por venir; me quedo con la magia. Hoy así, sin más sentimientos que la emoción de uno esos instantes extraños que se dan pocas veces en la vida, donde hay cosas que flotan en el aire, que no se ven pero están ahí: innegables, concretas; así me quedo en el tiempo. Sin expectativas ni estrategias, sin planes, sin esperanzas de nada, así nomás, con el instante puro me quedo, con ese pedacito de eternidad perfecta. Con tu risa y la lluvia, con tu olor conocido y nuevo, con la oscuridad de la noche y las anécdotas, con las casualidades que compartimos, con las palabras que se llevo el aire.
Hoy, con eso me quedo. Así sin promesas, así sin nada.
Gracias por venir.