La oficina está vacía a las 9:30 de la mañana. Yo camino y me siento con el vacío que me acompaña desde hace tiempo. Un mensaje contrasta en el celular, letras conocidas que ya tenían tiempo de no aparecerse por la pantalla. Y luego tú, renovado, viéndote mejor que nunca, pero con los mismos ojos tristes de los que me enamoré hace años, te apareces en la puerta tal como habías prometido. Dos holas casuales y un abrazo que duró demasiado poco me recuerda tus brazos. Me platicas de ti, te noto cambiado, mejor. Yo, en cambio, no estoy mejor. Ya se me habían olvidado tus dedos, el contorno de tu risa y por un momento, también se me había olvidado el maldito pasado que nos condenó siempre, que nos rebasó, que fue más allá de nosotros. Ojalá el destino no nos hubiera jugado tan chueco, esas cosas no se valen. Pero tú sonríes y el viento despeina tu pelo mientras yo pienso que tal vez el universo no conspiró en valde, que quizá nuestra historia tiene un final diferente al que decidimos darle cuando nos rendimos. Y luego, me aferro a tu espalda no sólo por la velocidad de la moto, sino porque es un buen pretexto para acortar distancias de cuerpos y de años. Te despides, me despido yo. Y el corazón se me vuelve a sentir en el pecho.
Hoy en la mañana, despierto y me doy cuenta de que por primera vez en mucho tiempo, no hay ni un sólo ruido. Ni un coche, ni una sirena a lo lejos, ni un sólo pájaro, nada.
Al final reina el silencio.
Porque todos, aun sin quererlo, siempre guardamos un secreto.
El cielo está bonito hoy pero el clima no. Me pongo la chamarra y me da calor, me la quito y me da frío. He repetido eso como 18 veces el día de hoy y apenas van a dar las doce.
Ayer fui al mercado y me encontré un gatito amarillo, lo habían abandonado y estaba atorado en un techo. Lo saqué y con una sonrisota por mi buena suerte, ya estaba dispuesta a llevármelo a mi casa, bañarlo, darle de comer, consentirlo un rato para luego ponerle un moño y buscarle una nueva casa, pero unos niños me dijeron que si se los regalaba y mi mamá les dijo que sí antes de que yo pudiera reclamar algo. A veces pienso que sólo un gatito podría hacerme medio feliz aunque sea nomás por el ratito que lo tenga. Pinche suerte.
Hoy llegué así como medio vacía al trabajo, a sentarme en un lugar que no me gusta mientras escucho la música de los junto que, sobra decir, no me gusta. Lo único que hago ya es esperar a que de la hora de salida para irme, pero cuando llega me doy cuenta de que tampoco me quiero ir porque no hay nada nuevo en ningún lado, nada que me haga moverme. Chale.
Hace un rato me puse a leer unos mails viejos que venían desde la playa donde dejé no sólo mi niñez sino también como la mitad de mi vida. Y esa mitad me escribía con faltas de ortografía que me extrañaba, y me describía en un poema que aún hoy hace que se ponga la piel chinita. Esos son los retazos a los que me aferro cuando parece que no hay a dónde ir, y menos con el dolar subiendo a esas velocidades.
Me quiero ir.
No quiero estar aquí.
No puedo.
Murphy: déjame escapar.
Perdón, no he tenido tiempo de postear, ni ánimos, ni ganas, ni inspiración, ni nada. Ando como deambulando sin saber a dónde quiero ir. Me muevo por puritita inercia, ando como vacía, como medio dormida, como medio muerta.
Necesito encontrar lo que se me perdió, pero no sé por dónde empezar ni que hacer.
Es más, ni siquiera sé que es.