jueves, junio 19, 2008

De caféseses y torterías.


El otro día de regreso de la chamba, el tráfico nos desvió y el camino alternativo hizo que pasáramos junto al Café. Sí, aquel cafecito en la Roma que olía a cigarro, a espuma de capuchinos y a limpiador de pisos; en donde en las paredes beige habían pintado murales y poemas; ese mismo Café en donde la luz solía ser muy suavecita y la música de fondo cantaba de unicornios y de recuerdos de infancia, ese mismísimo Café que se prestaba para presenciar milagros e inventar abrazos e historias que parecían salidas de un libro de cuentos de García Márquez... Y yo, al pasar enfrente, busqué con la mirada esas jardineras donde se despertó el mundo y cuál va siendo mi sorpresa al ver que ya no había murales ni poemas ni unicornios y mucho menos historias con olor a limpiador de pisos y a granos de café mezcla de la casa... porque ese Café resultó ya no ser café, alguien insensible y malvado le había pintado las paredes beige de blanco, así nomás de puro blanco, y le había puesto de esas luces frías y feas y había sustituído al mesero más guapo del mundo por alguien que sólo era un alguien, y dejó de vender café para vender tortas y refrescos y aguas de jamaica...

Mientras el coche seguía andando, me cayeron de repente ocho años encima.
Y sí que pesan.

lunes, junio 09, 2008

Fetiche.


Los niños bonitos (bastante niños y bastante bonitos, por cierto) y los piercings no se deberían de combinar.
Nunca, nunca, nunca.

lunes, junio 02, 2008

La playa.


Les juro, se los juro que no iba predispuesta. Ni ésta vez ni la vez pasada ni la antepasada, pero ésta menos que todas, se los juro. Es más, ni me acordaba siquiera, no relacioné los hechos, con tantas broncas que pasaron antes de irnos ni siquiera me acababa de caer el veinte que siempre sí nos íbamos a la playa... ¡Ahora si no lo tenía en la cabeza, ni siquiera en el subconsciente, lo juro!... chale, pero como siempre que en la noche me arrullan las olas, como cada vez que se me ocurre por capricho acercarme al mar, se me apareció él un poco difuso entre sueños de paredes color ladrillo. Y me dio un beso largo, largo, y me miró, y me dijo no sé qué cosas y se fue así tan campante como había venido.

Y yo me desperté con el ruido del vaivén de las olas que se colaba por el balcón del cuarto con vista al mar y con un sabor conocido como de cigarro y café.